En la Acrópolis, la colina elevada que domina la ciudad de Atenas desde tiempos inmemoriales, se levanta con su imponente silueta el Partenón, un pálido reflejo de los gloriosos días de la Antigüedad. Mármol blanco de las minas del Pentélico y robustas columnas dóricas. Visita obligada en tu viaje a Grecia, aunque solo sea para rendir tributo a la cuna de la civilización.
El templo fue erigido a Atenea Parthenos, la diosa virgen y protectora de la ciudad. Sus arquitectos, los prestigiosos Ictinos y Kalíkrates, aplicando las medidas del canon de armonía en la arquitectura, aunque en la época clásica, en el siglo V a.C, el genial Fidias introdujo sus aportaciones, a instancias de Pericles.
Por eso el Partenón de Atenas está considerado como el monumento más importante de la civilización griega antigua. Sin embargo, fue respetado y admirado por todos los pueblos que invadieron y se asentaron en Grecia a lo largo de los siglos: romanos, bizantinos, venecianos, otomanos…
En la Edad Media se convirtió en una iglesia cristiana dedicada a Pangia Athinotia y se le añadió un campanario, transformado en minarete tras la llegada de los turcos.
Aunque subir a la Acrópolis y visitar el Partenón es algo que no podemos dejar de hacer en tu visita a Atenas, lo cierto es que para admirar muchos de sus tesoros en realidad tenemos que viajar a Londres. Allí, en el Museo Británico, se encuentran guardadas y expuestas al público las 12 esculturas que ocupaban el frontón, 15 de las metopas y 56 de las losas que formaban el friso. El gobierno griego mantiene una reclamación permanente para que todas estas obras de arte vuelvan a Atenas.